Cuerpo a cuerpo
Pintura: Aristide

Ella, con cierto retraso, entra al salón de clases. Se disculpa a distancia con una sonrisa suave, grande, tierna. Atraviesa el grupo hasta una silla vacía en la tercera fila, pegada a la ventana.
Él continúa hablando, al menos no se calla. Intenta disimular su desconcierto, pero lo descubre su imprudente mirar, sigue con la vista el rítmico movimiento de Ella, que parece que baila un guaguancó más que camina. Él balbucea, le cuesta trabajo volver a retomar el hilo de la conferencia.
Ella se sienta. De su bolso, toma su libreta y un lápiz de punta afilada. Él intenta inútilmente comentar las imágenes en la pantalla. Ella, distraída, mordisquea su lápiz y deja ver sus dientes blancos.
Él no puede impedirlo. Sus ojos se pierden en el paisaje oculto entre las piernas cruzadas de Ella. Ella, algo turbada, en vano trata de estirar la escasa tela de su saya azul cielo. Se enfrenta a una disyuntiva: toma nota o insiste en el fracasado intento de bajar la faldita.
Él se esfuerza, trata de recuperar el control de sus palabras, de sus gestos, de sus pensamientos. Gira sobre sus talones en un brusco movimiento militar. Da la espalda a los estudiantes, solo un instante le alcanza para ahuecar sus pulmones con todo el aire del salón. En fracciones de segundos hace un nuevo giro sobre sus talones y, mirando directamente hacia las rodillas descubiertas de Ella, continúa su clase.
Su voz suena distante, como mordiendo cada palabra, cada sílaba, cada letra. Se va perdiendo en historias legendarias de reyes y mesas redondas, de príncipes y reinas olvidadas, de caballeros y rescatadas doncellas, de castillos y guerras, de victorias y derrotas. Él describe y Ella imagina cada escena.
Él se acerca a la ventana. Ella se pone de pie.
La historia se detiene en el aire. El rey al frente de su ejército cae del caballo y queda de pie con su lanza en alto, listo para el ataque.
Ella se acerca. Los dos están frente a la ventana.
La guerra empieza. El rey pierde su corona y su escudo.
Él suavemente la desnuda. Ella le va quitando la camisa. Él deja caer al piso su pantalón.
El combate ahora es cuerpo a cuerpo. No hay vencedor, no hay vencido. Quedan heridos, exhaustos, moribundos el rey y su enemigo.
Él dice la última palabra. Ha terminado la clase. Ella guarda su libreta y su lápiz afilado. Se levanta y estira su saya azul. Se despide desde la puerta con un leve y desabrido movimiento de ojos y mano. Él apaga su laptop y deja escapar un suspiro profundo, como gladiador que se retira sumamente agotado del campo de batalla.