Del miedo a lo desconocido

Los hombres temen la muerte así como los niños temen a la oscuridad; de la misma manera en que crece ese miedo natural en los niños —al escuchar umbríos cuentos e historietas de fantasmas—, el ser humano en general siente una profunda aprensión no sólo por la muerte, sino por todo aquello que represente lo desconocido: Hasta ahora, mi única cirugía cuyo procedimiento ha requerido anestesia general fue una amigdalotomía, cuando apenas contaba yo con diez años de edad.
Recuerdo vívidamente el espectro de aquella enfermera cuya misión era la de aplicar el primer calmante en forma de inyección en el trasero. Se suponía que debería yo permanecer acostado y relajado en la camilla, mientras me trasladaban de mi habitación al salón de operaciones y, sin embargo, durante ese interminable lapso me recliné en un codo, queriendo ver todo lo que acontecía a mi alrededor. Formulé constantes preguntas. ¿Iba este ascensor al cuarto de operaciones? ¿Cómo era la terrible cámara? ¿Iba a tener yo que quedar completamente dormido? Estaba tan ansioso por conocer, que rehusé tenderme tranquila y lánguidamente sobre las tibias sábanas de la camilla, no dejaba que la relajante sensación producida por el primer sedante indujera el apacible sueño. Aún cuando estaban a punto de colocarme la máscara, a fin de administrar el éter, me encontraba yo urdiendo preguntas. Estaba tan tenso que ( al parecer) aplicaron una pequeña sobre dosis del peligroso calmante. Se llevaron diez largas horas para que despertara, de regreso en la habitación, el olor a éter ( dice mi madre) la puso a dormir. Una vez le pregunté a un médico si una sobredosis de éter podría matar una cantidad considerable de células cerebrales. Le dije: “¿Fuera yo más inteligente si no me hubieran puesto esa sobredosis de anestesia?”. A lo que el hombre replicó: “Estoy sorprendido de que todavía puedes caminar y hablar”. Entonces razono: Con razón no he podido solucionar todos los misterios del universo a estas alturas (por culpa de aquella sobredosis).
Ya en serio. Muchos sicólogos argumentarían que la curiosidad que me impulsaba a hacer preguntas, mirar y escuchar todo lo que acontecía momentos antes de la cirugía, era una manifestación natural del miedo— el irresistible miedo a lo desconocido. Acaso es por ello que Saint-Exupéry dijo que el hombre se imagina que es a la muerte a lo que teme, pero que, en realidad, lo que teme es lo desconocido. De hecho, muchos destacados intelectuales creen que el miedo a lo desconocido es íntegramente responsable por los impulsos humanos hacia la exploración y el descubrimiento de las realidades del plano físico y metafísico. El miedo a lo desconocido es, de facto, en muchas instancias, la fuerza subyacente que promulga la disquisición científica. Y, consecuentemente, constituye el aguijón para el desdoblar de gran parte de las actividades humanas, el infinito socratismo, el método dialéctico, donde cada pregunta va a ser siempre más grande y abarcadora que cualquiera de las posibles respuestas.