El mundo de Orlando Fondevila

Acaba de morir Orlando Fondevila, el poeta de Un mundo aproximado (poesía reunida), compilación que los tirapalabras seguramente acusarán de decadente y los exquisitos, colgando del alero de su torre de marfil, mirarán con recelo o incredulidad. Con esta muerte, sin embargo –en la que ponemos tanta vida–, la poesía termina un ciclo en la persona del escritor y activista: un ciclo que se cierra para abrirse monumentalmente y desdeñar la artesanal elocuencia de los componedores de bateas, esto es, de los vates al uso y el abuso. Parafraseando al ensayista Ángel Velázquez Callejas, se nos va el poeta en actos –Fondevila— pero solo para volver fitness su recuerdo en la intensidad de su-nuestra recreación.
“Los poemas de El mundo aproximado tienen, a mi modo de ver, nuevas claves de comunicación y armonía… Tienen, como está establecido por el tiempo, un afán superior de contar secretos y una artesanía que procura la imperfección para que la frialdad no halle cobijo en su discurso”, dice Raúl Rivero de la selección citada, en un intento de explicar el fuego de las palabras hecho vivencia, la vitalidad del hombre que se vuelca en el libro para recordarnos que “todo debe ser salvado / aunque nadie sepa para qué”. Así, Fondevila regresa a los orígenes y recorre su ciclo, la tierra desnuda de la procacidad y el entendimiento, de la serenidad y la ira. Atraviesa los espacios y termina viviendo la poesía, porque no hubo ni hay pretensión en él, ni arrepentimiento: “Antes de las ruinas, la lengua / y los tornados de su fantasía. / Antes de la recámara, la risa / y las veleidades sagaces de la duda”.
Queremos tanto a Orlando Fondevila que, aun en su muerte, no podemos dejar de festejar su vida. Creo que su fallecimiento, aunque doloroso para sus familiares y amigos, constituye una nueva faceta de su trayectoria vitalísima; me queda, por ahora –ya nos volveremos a ver–, el recuerdo de su alegría en el hospital de Miami donde fue ingresado, pocas horas antes de expirar, mientras el también escritor Armando de Armas lo hacía, nos hacía, reír. Me quedo con su expresión de niño escindido entre la burla y la hospitalidad, y me refugio en su asombro, porque, en ese mundo aproximado que convirtió en poesía, el Fonde permanecerá siempre en funciones. O, como él mismo diría, “flotando entre la vehemencia y la humildad”.