El último viaje

El miedo sofocante de entrar en terreno peligroso
se acrecienta,
se convierte en tela y en araña
cohabitando.
Comienza una guerra que aún carece de soldados.
Me levanto de mi fortaleza
proponiéndome enfrentar
los ardides que amenazan.
Escaparates llenos de fotografías,
canciones pasadas,
un ritmo que creo llevar a pesar mío
se renueva en los encuentros
donde no hay palabras,
donde no pronunciamos
muerte o cementerio.
Romper los tropiezos y los límites.
Recuperar paredes
recordando que ahí sucedió esto o aquello.
Después de gestos indecisos,
socavando el pro y los tantos contras,
el final del camino es lo certero.
Allá, en el otro lado,
ese desmedido afecto,
esa manera tan simple de decir qué bueno,
ay sí, qué bueno, ven, no te arrepientas.
Las palabras me hacen sentir el lamento,
la belleza del olvido y la memoria.
Un viaje al infinito,
A un infierno que quizás ya no exista.
Pero, ¿quién nos quita las vivencias?
Comprar esos regalos
que calman
los dolores diarios.
Pedir las tallas, hacer una lista con los nombres.
No olvidar ni al vecino ni a los perros.
No dejar a nadie fuera del perímetro cuadrado.
Ver la maleta cómo crece.
Volverme mula, caballo, buey,
tortuga.
Me he imaginado en un lugar sin aire.
El balcón a punto de caerse.
Las perros de la calle, sofocados, con hambre,
sin piel ante ese sol que ruge.
He de levantarme contra el terror,
contra el iluso imaginarme en una celda.
Sé que no hay tiempo para aplazar batallas.
No habrá rastros.
Ni siquiera un testamento.
Vas a un viaje, sabiendo que ya
tu corazón no late tan despacio.
¿Habrá algún hospital que me reciba
cuando no pueda más de tanto miedo?
Lo más notable e inminente
es la ida a ese aeropuerto.
Volar al centro,
en un avión con hélices legales.
Entrar en sitios conocidos,
desintegrados por otras experiencias.
Buscar el origen sin fin y sin las treguas.
Solo tú y el pecho hundido
por esa premonición
y tanta carga
perciben la incongruencia.
Fija la mirada en mustias plantas
en ese puerto de cambio tan temido
dejarán pasar los envoltorios,
las momias y las contadurías,
halagos para tapar el luto
que te acecha y amedrenta.
Los años se han doblado.
Se han abierto los mapas de la cara,
¿y qué?, ya no me importa.
Llego con la cabeza baja,
arrastrando maletas,
pidiendo perdón por los regalos.
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mayo 2013