El viaje de Silvia (XIII)
Mercat de La Boquería (foto del autor)

Silvia, como ella misma dice a cada rato, se ha asuecado bastante. Es natural que así sea porque de lo contrario estaría enajenada de una realidad que es la suya la mayor parte del tiempo. Nos trajo de regalo un precioso libro con paisajes y rutas de Suecia y, adjunto, un manual de cocina para elaborar platos típicos de su nuevo país, el que comparte sentimentalmente con Cuba, porque, aun lejos del contexto del Caribe, su alma sigue siendo una isla, con todo lo que conlleva aceptar la maldita circunstancia de tener el agua por todas partes.
Sin embargo, he podido comprobar –por ella y por mí también– que las dualidades bien llevadas enriquecen en lugar de entorpecer. Pero hemos de reconocer que llegar al punto en el que está Silvia lleva tiempo. Sentirse cómoda caminando por la calle, comunicarse sin dificultades y ser una más, que es en definitiva de lo que se trata, supone un proceso largo de adaptación y de constantes diálogos con uno mismo para no claudicar en el empeño. Hubiera sido más fácil, más cómodo, quedarse allá arrastrando la única vida posible –la vida de la doble moral– en un sistema totalitario en el que la gran mayoría de la gente está cortada con la misma tijera, en el sentido de la uniformidad implantada por el Estado. Darse cuenta, primero, dejar atrás ese sistema, segundo, y, tercero, adaptarse a una nueva vida sin renunciar a los buenos recuerdos de la anterior, todo esto es un proceso intelectual parecido a caminar sobre el filo de una navaja. Solo los años determinan el “aprobado” y dan permiso para los viajes de reconocimiento.
Silvia y María hicieron buenas migas. Regalarle un libro de cocina a mi mujer es entrar automáticamente en el umbral de su alma. María aprecia la gastronomía pues comprende que por ahí se llega al centro de los pueblos y se puede imaginar cómo es su gente. Hay muchos platos de la cocina sueca que se pueden preparar aquí. Por suerte, vivimos en una ciudad donde se consigue de todo sin problemas. Solamente pasarle la vista al Mercat de La Boquería, el más grande y más bien surtido de Barcelona, es una experiencia única que Silvia no se perdió. Nos llevó una media hora apurada entrar en ese submundo que está esperando a la gente a un lado de Las Ramblas. Muchos turistas pasan por ahí a mirar; seguramente por eso las dependientas de las paradas de pescados –los fruteros no, sin embargo– están de mal humor. Hay más mirones que compradores y los tiempos que corren no son muy halagüeños para el comercio.
En La Boquería encontramos nuestras frutas tropicales de toda la vida, traídas de países africanos o incluso latinoamericanos, viajes largos que terminan en un puesto perfectamente armónico, lleno de color y gracia. No sé qué pasará si se alarga la crisis económica que afecta a todos los sectores, pero a mí me dolería que desaparecieran los productos típicos de la tierra de casi todas las latitudes del mundo. Digo casi para no pecar de absoluto.
Todos los viajes de SilviaNosotros habíamos hablado en esos días de unas vainas verdes que en Cuba se conocen como quimbombó, se cocinan en salsa y acompañan generalmente a la carne. Yo no me acordaba de esto, pero fue Silvia la que me llevó imaginariamente frente a un plato de quimbombó compuesto que hace Belén, una madre santiaguera que todavía por suerte tengo, aunque en la distancia.
Se trata de un plato africano que nos queda en el recetario nacional; raro, poco conocido, pero rico. Silvia y yo comprobamos que es una comida innegable porque encontramos en La Boquería la materia prima. Hoy en día, teniendo la base material, todo es posible gracias a internet. María encuentra ahí las recetas y hace realidad los sabores perdidos.