Estados Unidos, las armas de fuego y la tragedia de Newton
¿Son las armas de fuego en sí más peligrosas que las personas que las manejan? Datos recientes parecen denegarlo. De acuerdo a un informe de la Oficina de las Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito (UNODC), en el 2007 había 270 millones de armas de fuego en Estados Unidos. La tasa de muertes que provocaron en 2010 fue de 9, 960. Una cifra horrenda, sin dudas, pero… ¿y si la comparamos con los números de otros países?
Venezuela ha concluido el 2012 con más de 20,000 muertes violentas, la mayor parte por armas de fuego. Se desconoce la cantidad de armas dispersas, sin control en la población. Y Colombia enfrenta cifras muy semejantes, seguida por México, Honduras, El Salvador y Guatemala.
Lo que parece ser una interpretación desmesurada del derecho constitucional de los norteamericanos a portar armas, es la libre adquisición por la población de armas automáticas y semiautomáticas de largo alcance, alto calibre y cadencia con proyectiles de guerra. La necesidad de estar el pueblo armado para enfrentar la siempre posible tiranía a la que se pueden sentir tentados los hombres a los que se les delega el poder para gobernar, no es una medida desmesurada. Los padres de la patria norteamericana calaban bien las lecciones de la historia. Su nuevo país era la única república y democracia de su época. Estaban rodeados de tiranías, colonias y territorios por explorar y temían ser invadidos, su ejemplo libertario ahogado en sangre. Pero no tenían entonces ametralladoras ni fusiles de asalto. El poder de fuego moderno es injustificado para defenderse, máxime en una nación de orden y leyes como lo es Estados Unidos.
Tragedias como la reciente de Newton no deben exaltar las pasiones. De nada habría servido que las armas de fuego de todo tipo estuviesen estrictamente prohibidas si un asesino compulsivo adquiere un bidón de gasolina e incendia una escuela o un hospital. Timothy McVeigh, el responsable del atentado terrorista de Oklahoma City en 1995, logró su siniestro cometido fabricando una bomba con abono. Y en la misma semana del horrible suceso de Connecticut, un ciudadano chino armado con un cuchillo asaltó una escuela primaria en su país hiriendo a veinte alumnos y a la maestra.
Dejar una escuela, un hospital, un asilo, sin el amparo de un hombre armado, responsable y entrenado, un veterano de la policía o el ejército, es pecar de una ingenuidad que ya cobró demasiadas vidas en esa pequeña ciudad norteamericana.