Joaquín Gálvez nos estremece de nuevo

La poesía es algo más que un ejercicio de compilación. De compilación de palabras, quiero decir. La poesía debe transmitir eficazmente, ante todo, un estado de ánimo, y desde ahí tocar la fibra del lector. La poesía es música sobre un fondo de estremecimientos. Por supuesto, el estilo, la originalidad, nunca están de más, pero la poesía debe ante todo estremecer. Es lo que en su último libro publicado Joaquín Gálvez logra con creces para, a partir de esa secuencia, desarrollar una poética existencial iluminadora.
En ese sentido, los pone-palabras y críticos de pasillo, los murmuradores de las mafias de salón, esos para los que la calidad de un libro se mide por su peso en libras (por la cantidad de palabras que han logrado juntar en interminables horas robadas a la vida, y sé de algunos que si te dan en la cabeza te matan), nunca entenderán un poemario como el que nos ocupa. Incapaces de tocar la poesía ni con una uña pero muy vitales en su arrogancia, ahogándose en un mar de jeroglíficos prestados, son minuciosamente incapaces de ver más allá, en el horizonte, la autenticidad de libros como Hábitat (Neo Club Ediciones, 2013), la nueva propuesta de Joaquín Gálvez.
Hábitat es un poemario redondo, en el que sobresale, sobre todo, la profundidad de su poesía tajante, universal. Atravesado por un lirismo depurado, característico de su autor, más una melancolía que escarba y se mete en los huesos, este libro nos recuerda que “todos fuimos primeros en la versión de la noche”. Poemas como Otra acepción de la lluvia o Bitácora de una calle ―por mencionar solo dos― revelan que estamos ante uno de los poetas más hondos con que cuenta el exilio cubano.
Los invito a leer el primero de los poemas mencionados (no dejen que se los cuenten) y hacer su propia valoración:
Otra acepción de la lluvia
Cuando yo contemplo la lluvia, vuelvo a conversar con mi padre.
Acaso porque la lluvia es su rostro ubicuo,
el territorio donde siempre se reúne con este hijo
que se fue al extranjero.
Mi padre y yo fundamos una comunión:
un juego que se sigue extendiendo en la lluvia.
Y así, a prueba de lluvias,
nos descubrió Gene Kelly en un anfiteatro de barrio.
Y la memoria se convirtió en la mejor pesca del riachuelo
―el mapa que lo libera de una geografía anodina―.
Por eso, junto a mi padre, en aquel estadio
ningún juego se suspendió por lluvia.
Y en cualquier parque, y en cualquier feria,
y en todo carnaval de la intemperie,
la lluvia nos ofrendó su lealtad cual infalible techo.
Y ahora sé por qué llueve:
nunca nos separamos en el espíritu de la lluvia.