La NASA y el futuro de la humanidad

El director científico de la NASA, John Grunsfeld, ha señalado esta semana que resulta casi inevitable un impacto de asteroide en el futuro, lo que generaría dificultades para la sobrevivencia en la Tierra, y la necesidad de conquistar, a la larga, nuevos entornos espaciales. Una misión norteamericana llegará en 2030 a Marte y se espera la presencia de astronautas una década después, pero se impone seguir explorando sitios como la Luna para ensayar la tecnología disponible, ha dicho.
Es cierto, nuestra salida al exterior no puede dilatarse por largo tiempo, pero no solamente por lo que asegura Grunsfeld, el impacto de un meteorito u otro cuerpo celeste. El ecosistema planetario colapsa bajo el peso de 6,500 millones de seres humanos que amenazan con duplicarse en una década. La idea es utilizar el espacio para curar los males del planeta.
En el pasado, el humano comparecía en una posición adversa a la naturaleza, organizando su tecnología para reducir los elementos obstructivos de aquella. En el futuro, aparecerá como una sola entidad, trabajando inserto en un intrincado sistema total interconectado, creado por él mismo. Será necesaria la asunción internacional de consuno para solventar los problemas energéticos, demográficos, las químicas artificiales como el cloro-fluoro-carbón, la lluvia ácida, el uso excesivo de pesticidas, el deterioro de la capa de ozono y las prohibiciones de contaminación que tienen el impacto de la actividad humana.
Esto profundiza y extiende la crisis a un nivel no enfrentado por el sapiens al descubrir el fuego, la rueda o la imprenta. No es suficiente diseñar utopías, proclamar la instauración íntegra de los derechos de los subyugados, si no cambiamos nuestra visión antropocéntrica, mecanicista y racional de lo que nos rodea, de cómo debemos actuar. De seguir por el actual camino desembocaremos en nuevos callejones sin salida, como la actual “ecología social”, que es sólo una transferencia de la óptica antropocéntrica a una visión biocéntrica, reemplazando al humano como eje del mundo por la vida como foco del mundo.
Paradójicamente, debido a su fertilidad imaginativa como especie, el homo está en condiciones, por vez primera, de encauzar el camino futuro de su sociedad, de variar su comportamiento, sus necesidades, de expandir y ampliar la producción material de forma diferente, mediante mecanismos de generación alimenticia, biogenética, físicos y de su estructura de pensamiento. El futuro puede ser flexible. La presencia de la conciencia en el Universo cambia las reglas del juego. En vez del universo-reloj de Newton, donde el pasado preordenaba el futuro, la vida ha creado un universo orgánico e indeterminado, con un futuro no predecible. Tenemos una infinidad de probabilidades de futuros potenciales en nuestras manos, y no debemos desperdiciarlos.
Es una soberbia antropocéntrica pensar que somos el producto final de la evolución. Somos parte de un futuro que estamos concibiendo y que nos perturbará filosófica, biológica y socioculturalmente, y cuyo ritmo de variación, que ya es en el orden de las décadas, se está acelerando. La distinción es que nuestros padres disponían de una descripción aproximada del futuro, percibiendo los cambios de manera gradual, lo que les permitía planificar el destino de sus hijos y nietos. Nosotros hemos dejado de pensar en el futuro al darnos cuenta de lo imposible que es imaginarlo, de que nos encaminamos hacia algo incomprensible que va a acontecer muy pronto, en el curso de nuestra generación, y que diferirá fundamentalmente de todo lo sobrevenido en la historia humana anterior.
De eso, sospecho, no ha hablado John Grunsfeld esta semana.