La república de José Martí

La Cuba republicana adquirió desde sus inicios esa terrible adicción martiana que, pasado el tiempo, se volvería irreversible al punto de no poder imaginarnos una nación sin José Martí. Ya la elección de Tomás Estrada Palma había sido una prueba fehaciente de la ascendencia del bardo sobre la vida política de la nación. Filósofos, poetas y escritores varios se encargarían de moldear al ídolo necesario, o lo que es lo mismo, de configurar ese etéreo concepto de cubanidad en torno a la vida y obra y muerte (¡Oh, gloriosísima y gallarda caída de Dos Ríos!) del político criollo.
Pero no sería hasta inicios de 1909 que se vislumbraría lo que a partir de entonces caracterizaría a los regímenes sucesivos casi por regla general: ¡el populismo martiano de Estado!
Se reinstauraba la república tras la administración norteamericana de Taft y Magoon y el recién elegido presidente, el liberal José Miguel Gómez, escogía la fecha del 28 de enero, natalicio de José Martí, para celebrar tan simbólico hecho mientras juraba su puesto como gobernante. Se echaba a andar así el criollísimo arte de utilizar la figura del “apóstol” como sostén de casi cualquier corriente o pensamiento político que se implementara o se pretendiera implementar desde entonces.
Arrancar ahora esa tremenda ascendencia martiana inculcada a lo largo de tantos y tantos años en detrimento de otras valiosísimas propuestas intelectuales que florecieron durante el independentismo y también en la república, sólo puede traer aparejado un síndrome de abstinencia de consecuencias terribles a corto plazo. Será labor de historiadores e intelectuales intentar, al menos intentar, desacralizar el discurso enarbolado por tirios y troyanos y nutrirse de toda esa enorme porción de pensamiento que ha sido marginada a priori por los encargados de construir el discurso intelectual nacional para tentar a un mejor futuro a largo plazo.
Y es que la única salvación posible parece yacer allí, en la desmitificación de los pilares sobre los cuales ha sido construida la fallida cubanidad.