Lo entrañable cursi

No resulta fácil ponerse de acuerdo en una definición de lo cursi que complazca a todos. Al menos en lo que respecta al uso lingüístico. Lo que a unos les suena bien a otros les suena fatal.
A Alfonso Ussía, por ejemplo, le parece una cursilería la descripción que Antonio Machado hizo de Madrid como “el rompeolas de todas las Españas”. Una metáfora que a mí sin embargo me parece acertada (y conste que yo soy contrario al metaforismo que raye en lo patético o bobalicón). Por su parte, Almudena Grandes contaba que una vez tuvo que hacer un alto en la escritura para hallar un sinónimo de ‘entrañable’ que no fuese cursi, quién quita que pensando en un vocabulario más adecuado para un personaje específico en una determinada situación o contexto. Pero todo indica que decir “un amigo entrañable” debe caerle a la novelista como una patada ahí mismo. Y a mí también, sobre todo después de haber oído aquella vaina de la “entrañable transparencia” y, en los últimos tiempos, a algunos cubanos que viajan fuera hablando de los amigos entrañables, la tolerancia a ultranza, el olvido y el amor posmoderno.
Mas yo, como hace tanto tiempo que no veo a mis ambias, prefiero decir ‘amigos extrañables’. Cuestión de gusto personal, claro, sin por ello cuestionar las preferencias léxicas de cada cual. En materia de estilo no vale la pena entrarse al puño. Ni siquiera retóricamente.