Los comunistas también lloran

La gente habla muchas tonterías, según se ve. Desde tiempos inmemoriales nos han dicho y hemos leído que los comunistas, entre los cuales, claro, están incluidos los castristas, no lloran. Que son personas de acero, como aquel Stalin que masacrara a más de cinco millones de personas sin que de sus ojos, se afirma, brotara una lágrima.
Mendacidades. Los comunistas sí tienen sentimientos, y lloran.
Al cantautor cubano Silvio Rodríguez, castrista, revolucionario de corazón desde siempre, pues, según nos hace saber ahora en su blog Segunda Cita, se le “aguaron los ojos” cuando en la recién terminada Cumbre de las Américas “Cristina” (sepan que se refiere a Cristina Fernández, presidenta de Argentina, pero entre amigos no es usual marcar los apellidos cuando son aludidos) dijo: “Cuba está aquí porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes, con un pueblo que sufrió y sufre aún muchas penurias, y porque ese pueblo fue dirigido por líderes que no traicionaron su lucha”.
Entonces, en ese momento, se le “aguaron los ojos” a Rodríguez. Me imagino la emoción que habrá sentido, la crispación en todo su cuerpo, incluidas las partes impublicables.
Esos raptos de delirios son así, lo obnubilan a uno al extremo que olvida la aritmética más elemental. Puesto que “Cristina” dijo “Cuba está aquí porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes, con un pueblo que sufrió y sufre aún muchas penurias, y porque ese pueblo fue dirigido por líderes que no traicionaron su lucha”.
Que yo sepa, todavía ese pueblo no ha sufrido “por más de 60 años”, sino, hasta ahora, “solo” por 56. A menos que la presidenta argentina haya incluido la dictadura anterior. Pero no, no debe ser, porque uno supone que la anterior no estaba dirigida “por líderes que no traicionaron su lucha”.
Sin embargo, durante la tiranía anterior, el batistato, yo, lo confieso, lloré varias veces como consecuencia de los desmanes de aquella. Por ejemplo, cuando vi morir a algunos de los amigos y buenos conocidos, de los “grandes”, de mi barrio. Entre otros a “Bayoya”, “Chichí Padrón”, “Dinamo”, Mario “Mantecadito” o “Los Jimaguas”. Ellos murieron por una causa noble, según les habían prometido, pero que luego resultó traicionada por el dictador subsiguiente.
Hoy, que sabemos de la propensión al llanto del cantautor Rodríguez, no tenemos por qué dudar que también haya derramado lágrimas al ver que ciertos barrios de La Habana (solo de La Habana), según sus propias palabras, están “más jodidos” de lo que él mismo pensaba.
Tampoco tenemos por qué dudar que llorara en silencio cuando, en 2003, fueron fusilados, injustamente, en menos de 72 horas, tres jóvenes que no hicieron daño físico a nadie cuando intentaron robar una lancha para huir del paraíso.
Torrentes de lágrimas habrá derramado, recluido en su alcoba, seguramente, en ese propio año cuando 75 periodistas y escritores fueron condenados a largas penas de prisión, por el solo hecho de intentar que el mundo supiera la trágica realidad que viven los ciudadanos de su país.
Me lo imagino, asimismo, llorando fuera de cámara, cuando ha sabido —porque él tiene medios para saberlo— de las golpizas que sufren los pocos hombres y mujeres que en Cuba se atreven a protestar contra la dictadura. Específicamente, al constatar cómo han sido arrastradas por las calles no pocas de estas mujeres disidentes.
Muchas lágrimas, sin duda, derramó el cantautor, si bien lo ha callado, aquel día en que Orlando Zapata Tamayo murió como consecuencia de una larga huelga de hambre en protesta contra el oprobio generalizado en la Isla por parte de las autoridades.
Y las lágrimas, las lágrimas que aún le quedan por derramar. Por causas venideras.
Esperemos.