Más allá de la muerte

Creo, como Armando Añel, que la muerte no existe. Hay algo de sueño en la muerte, de irse y volver, el “eterno retorno”. Es como un entre corchetes, pero la descomposición orgánica no demuestra que ocurra una ausencia total.
Nadie sabe lo que pasa cuando nos vamos, y pareciera que nos volvemos la nada. Muchas religiones creen que no existe la muerte, y la mayoría común cree que sí. Pero la muerte es solo un devenir, así se plasma en la novela Cornatel, el secreto español, en la cual se evoca la transmutación del ser-espíritu como trascendencia y retorno. Si eludimos lo religioso y filosófico, y las “teorizaciones”, e ignoramos los prejuicios y la falsedad de lo supuesto, podemos tener más claridad en torno a la no existencia de la muerte.
Entre tantas huellas dejadas por el hombre, la muerte es la más tangible y misteriosa. Y morirse tal vez sea la forma de traspasar el tiempo y el espacio hacia una nueva identidad, que no es lo mismo que reencarnar: Es seguir existiendo en una hiperdimensión, como partículas. Cuando te duermes, has muerto, y si mueres, sobreviene un sueño.
Eso que suena a fantasía, es la gran meta del hombre: descubrir que no podemos ser tan insignificantes para que se produzca el fin en ese microsegundo del universo que se llama la muerte, y luego la nada. La nada tampoco existe. En fin, si la muerte, como la vida, es tan inverosímil como simulación, es que no nos damos cuenta de que el polvo y la ceniza también pueden vivir y, de hecho, todo vive, todo es un sentir. El sentido de la vida llega más allá de toda muerte.
Seguro que el nuevo libro de Añel, Por qué la muerte no existe, nos va a iluminar más acerca de eso inefable e infalible que sigue siendo el gran misterio de la humanidad: morirse, lo que aparentemente es el fin. ¿Alguien sabe si Dios muere?