Mella, el vergonzoso en palacio

Era una reunión en el Palacio Presidencial. El presidente Alfredo Zayas había invitado a sindicalistas y representantes de la sociedad civil, o sea, lo que en la época llamaban las fuerzas vivas, que de vivas se pasaban, para tratar sobre la situación de la siempre caótica isla de Cuba. Zayas, además, había tenido la especial deferencia —que, hasta donde tengo noticias, jamás tuvo ningún otro jefe de Estado cubano— de invitar al encuentro a un líder estudiantil y para más inri enemigo mortal suyo, un jovencito Julio Antonio Mella todavía verde y no muy conocido, pero dispuesto a darse a conocer entre guaperías y charranadas políticas.
Mella, como buen narcisista histérico, no podía desaprovechar la cita palaciega para sobresalir escenificando un desplante memorable. Y tuvo la ocurrencia de apoderarse del vaso de leche que le habían servido al presidente, aquejado de gastritis crónica. Cuando Zayas dijo “¿gustan?”, usando una fórmula de cortesía a la que simplemente se responde con las gracias, el muy zoquete le quitó el vaso de leche y ahí mismo se lo bebió a cuncún como un lechón recién destetado.
Poco o nada se sabe de lo que Mella haya planteado en esa singular reunión en Palacio, pues la insolencia del joven dirigente fue lo que saltó a los titulares y lo que pasó a la historia del país de la siguaraya. Por su parte, la propaganda castrista, tan experta en pulir sordideces, ha utilizado la anécdota del vaso de leche con el fin de exaltar la imagen de Mella como un tipo irreverente y desbordante de gracia y simpatía. Incluso se filmó una bio-peli, un clavo sin remedio protagonizado por un Sergio Corrieri bastante poco orgánico en el papel del agitador revoltoso. En el filme seudobiográfico, faltaría más, se destacó la escena del vaso de leche como una heroicidad del que poco después sería presidente de la FEU y líder del PCC (líder nominal, se entiende, pues el que cortaba el bacalao en el Partido era Fabio Grobart, el hombre de Moscú enviado por la Komintern).
Mas no hay que darle vuelta a la falsa moneda para concluir que el numerito de Mella en una reunión solemne al más alto nivel lo retrata como un palurdo impresentable dando la nota. Me temo que el presidente Zayas, quien fuera un lexicógrafo destacado, desconocía sin embargo aquel refrán que nos previene contra la inmadurez imprevisible de un adolescente pretencioso: “Quien con infantes pernocta excrementado alborea”.