Trump y la política de los extremos

El problema al que se enfrentan sin comprenderlo los votantes anti-establishment en Estados Unidos radica en que Donald Trump, su ídolo, es más de lo peor de la política. Todo en ese “remedio” peor que la enfermedad llamado Trump resulta falso. Primero, se trata de un corruptor, alguien que viene de corromper la política. Segundo, en lugar de ir por su cuenta, como si fuera un verdadero factor de cambio, se engancha a un partido tradicional, lo cual resulta otra vez, redundantemente, política tradicional. Y tercero, todo no es más que un cuento chino porque se trata una vez más de hacer política a costillas de una supuesta política fracasada.
Para colmo, el paquete aparece envuelto en el peor papel de regalo imaginable: un personaje sucio, prepotente, malhablado, bully, despreciable. La peor imagen que puede darse de América. Malo por los cuatro costados. Por lo demás, la política no puede cambiarse por otra cosa sin caer en el caos o el autoritarismo. Solo puede mejorarse. Y evidentemente ello no sería posible con semejante troglodita en la presidencia.
Recuerdo que en 2008, cuando emergía Barack Obama, por todas partes surgían informes e indicios que mostraban sus conexiones con todo tipo de personajes radicales e incluso antiamericanos. Y a pesar de todo la gente lo eligió. Las consecuencias están a la vista: Ocho años sin que la economía haya podido recuperarse consistentemente —a pesar de las inmejorables condiciones creadas por la caída de los precios del petróleo— y un mundo dominado por la violencia y el terrorismo donde Estados Unidos brinda una lamentable imagen de colegial abusado. Y algo similar está pasando ahora con Trump: a pesar de las advertencias y los informes que demuestran su incapacidad para dirigir un país, muchos siguen apoyándolo. Ojala no tengamos que padecer también las consecuencias.
Uno de los grandes problemas de este mundo es que cuando la gente enfrenta un extremo con cierta frecuencia se va al otro. Pero, al menos en política, lo contrario de un extremo no es otro extremo: lo contrario es la responsabilidad y el sentido común. Salvemos América.