Un año de relaciones Cuba-Estados Unidos: Del fracaso y del éxodo
De regreso: el pelotero Yasiel Puig saluda al hijo preferido de Fidel Castro tras haber abandonado Cuba en 2012

El humo del restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos se ha vuelto niebla. Una neblina a través de la cual los estudiosos de la realidad cubana intentan orientarse infructuosamente, porque su densidad solo puede atravesarse a golpe de matavacas. A un año del sorpresivo 17 de diciembre aquel, no se ven señales de cambios en Cuba por parte alguna, y ya puede decretarse formalmente el fracaso de la política obamista de acercamiento al castrismo. El aumento de la represión, de los precios de los productos básicos en la Isla, el éxodo por Centroamérica, etc., etc., etc., así lo demuestran. Y es que históricamente todas las políticas de acercamiento al régimen han fracasado, no se entiende por qué extraña razón algunos exiliados creían que esta de Obama –perpetrada en el peor momento, cuando el petrochavismo entraba en caída libre– daría algún resultado positivo.
Entretanto, en la olla raulista se cocina la ya celebre apatía que caracteriza al proyecto de nación. Ya se sabe: más de medio siglo de totalitarismo ha engendrado una sociedad descreída, fundamentalmente escéptica, que no cree en la política y que por tanto no aspira a transformarla. Una sociedad de mínimos en el sentido de su capacidad para actuar más allá. Y con estos ingredientes el raulismo confecciona la receta de la continuidad: paulatinamente, y en la estela del entusiasmo o la resignación con que la comunidad internacional acoge el acercamiento de Obama, se redecora el sistema, con el objetivo último de alcanzar una suerte de hibrido a medio camino entre el modelo chino y la piñata chavista.
Los generales se posesionan. La nomenklatura se posesiona. Incluso su entorno se posesiona. Sobre el cuerpo exangüe del proyecto de nación la dirigencia ensaya pasitos de baile, Antonio Castro calienta el brazo con los millonarios peloteros de regreso. El heredero preferido –aun cuando no sea el escogido–, más toda su parentela, tienen claro que el futuro “pertenece por entero al socialismo”. La castrocracia se afila los dientes y sonríe complacida: Más cubanos saliendo, más dinero entrando… a las arcas dinásticas.
Según Sean Murphy, excónsul estadounidense en Cuba, la cifra de emigrantes ilegales hacia Estados Unidos creció desde el año 2005, cuando consiguieron pisar suelo norteamericano 11.500 cubanos. Dicha cantidad aumentó a 13.400 en 2006, y a 13.800 en 2007. Ahora, en 2015, andamos ya por decenas y decenas de miles. La conclusión añadida no puede sino estar ligada a la alarma, a ratos a la desesperanza: el desgarramiento sociopolítico en la mayor de las Antillas sigue vivo –tristemente más vivo que nunca tras el restablecimiento de relaciones–, con lo que la hemorragia migratoria desatada por el castrismo desangra definitivamente el cuerpo infranacional. Esto probablemente constituya la consecuencia de una percepción bastante generalizada al interior de Cuba: la de que la agotadora agonía de Fidel Castro ha servido a sus herederos para consolidar la sucesión –con lo cual no queda otra que “escapar”– con las reformas cosméticas y el ego historicista de Obama como telón de fondo.
¿Es o no positivo el interminable éxodo cubano para el futuro de la Isla? A corto y mediano plazo podría decirse que no (la hemorragia migratoria puede verse, por lo general, como la fuga de los más capaces y/o pujantes, de la vanguardia de la sociedad que, contradictoriamente, alimentará después la economía totalitaria con sus remesas y regresos). Pero a largo plazo, tras el advenimiento de una transición que realmente merezca ese nombre, podría decirse que sí. El capital y el conocimiento de los exiliados seguramente resultarán vitales de cara a la reconstrucción de Cuba.